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Adolfo Pérez Esquivel: el Nobel de la Paz muestra sus obras de arte por segunda vez en 50 años

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Será, entre otras cosas, porque su padre ciego consiguió una jubilación gracias a Evita –algo que contará en un rato nada más– que Adolfo Pérez Esquivel se muestra feliz y agradecido de exhibir su arte precisamente en una sala del Museo Evita, en Lafinur 2988. Signado para siempre como un activista por los derechos humanos, muchas veces olvidamos que el Premio Nobel de la Paz 1980 es también, o sobre todo, o antes que nada, un prolífico artista plástico.

“Primero soy artista, después militante”, puntualizó a Clarín Cultura en su primera muestra al público tras medio siglo de producción artística ininterrumpida el año pasado en el Museo Lucy Mattos de Tigre con curaduría deLaura Casanovas.

Si en aquella oportunidad exhibió 40 obras de su abundante producción, esta vez, en una sala del Museo Evita se trata de una exposición más pequeña e íntima, pero no por eso menos significativa.

La historia de vida de Adolfo Pérez Esquivel lo ubica rápidamente en nuestro imaginario como un militante de los derechos humanos. A la par, no obstante, de su recorrido en movimientos de no violencia y en defensa de la democracia, también ha construido un jugoso currículum como artista.

Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, donde también fue profesor durante dos décadas (profesión que dejó de lado luego de su secuestro en 1977); es pintor y escultor y se formó en la Universidad Nacional de La Plata. Su casa es también su taller, donde cobija cientos de sus obras pictóricas y sus esculturas.

En el Museo Evita, pueden verse un puñado de cuadros, de temáticas sociales: el Holocausto, la dictadura, Malvinas, la pobreza, los migrantes, la religión, así como acuarelas que remiten a su infancia transitando las calles porteñas, pero también al trabajo territorial que ha desarrollado con niños y adolescentes en las Aldeas para la Paz de General Rodríguez y Pilar desde los ’90.

Y también dos vitrinas que incluyen objetos del Pérez Esquivel activista y pedagogo: una réplica de la medalla del Premio Nobel (la original está guardada en la UBA), cartas que se escribió con Barack Obama (Premio Nobel de la Paz en 2009), libros traducidos a idiomas como ruso o japonés y fotos con dos Papas distintos (Juan Pablo II y Francisco).

La exposición, por si fuera poco, está musicalizada por Amanda Guerreño, pianista y compositora, con su obra electroacústica Voces de los pueblos. Guerreño es ni más ni menos que la pareja y compañera de vida de Pérez Esquivel. Y sí: se conocieron estudiando arte en La Plata.

En la foto-gigantografía que da inicio a la recorrida se lo ve a Pérez Esquivel en su taller, rodeado de sus obras, y es el propio artista, de lúcidos 91 años, quien un mediodía ante la visita de Clarín Cultura oficia de guía de sala por su propia muestra, el que aclara que esa foto está guardada también en Oslo en el Comité Noruego del Nobel, que todos los años decide quién merece la distinción por la Paz.

Podrá decir Pérez Esquivel que primero es artista y luego militante, pero lo que se ve a las claras en su producción pictórica es que las dos pasiones van de la mano. Difícil encontrar un cuadro del Nobel que no refiera a una temática social: el recorrido por una decena de obras da cuenta de un proceso histórico y social así como de su propia (auto)biografía.

Para reforzar esta idea, la muestra lleva como título La revolución de la no-violencia y podrá verse hasta el 29 de octubre en el museo ubicado en Palermo. “Manifestarme a través de las obras es parte de la vida. Tiene que ver con todo lo que hago y pienso”, ha dicho alguna vez.

“A través de sus pinturas, grabados y manifestaciones visuales, Pérez Esquivel nos invita a explorar la profunda conexión entre la paz, la justicia y la resistencia activa, en una propuesta que expresa diversos trayectos de una vida dedicada a romper muros que dividen a la humanidad y a la construcción de puentes de amor y solidaridad”, expresa en el texto que acompaña la muestra Cristina Álvarez Rodríguez, presidenta del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón – Museo Evita.

“Esta exposición sin lugar a dudas nos invita a conocerlo desde otros lenguajes. Desde que era un niño, aprendió en su querido barrio de la Boca, las posibilidades que el arte brinda para expresar sentidos”, expresa a este diario Romina Martínez, coordinadora Relaciones Institucionales Museo Evita.

Y agrega: “Una niñez cruzada por la pérdida de su mamá siendo muy pequeño y la crianza en manos de una abuela indígena y las monjas de su escuela primaria que le enseñaron a tallar la madera; las largas tardes compartidas con Benito Quinquela Martín y los trabajadores portuarios, los viajes en tranvía hasta la Plaza de Mayo para comprar libros usados con las monedas que podía juntar trabajando como canillita: un padre trabajador que quedó ciego y consiguió su jubilación gracias a una carta de ese niño a Eva Perón que le permitió cumplir el sueño de estudiar arte, convirtió a Adolfo en la persona que es, no solo un referente mundial de la lucha por los derechos humanos sino también en un artista con una obra que aunque muy diversa, poco conocida”.

Una de las obras de mayor impacto es también una de las más recientes de su producción: La última cena (2023) está inspirada en el cuadro de Leonardo da Vinci, aunque con variantes propias del estilo de Pérez Esquivel. «No me trago para nada que en la última cena no hubiera mujeres», lanza el pintor, escritor, activista y tantas cosas más.

Por eso, ubica en este cuadro de grandes dimensiones las figuras de María, madre de Jesús, de María Magdalena y de su hermana Marta. Los apóstoles vendrían a ser contemporáneos, todos compañeros de ruta en la militancia de Esquivel, «gente que caminó conmigo por América Latina, muchos han muerto, la mayoría de los que represento».

Los enumera: «Los discípulos son Jaime de Nevares, el compañero Perico Pérez Aguirre de Uruguay, Leónidas Proaño de Ecuador, cardenal Paulo Arns de Brasil, Hélder Cámara de Brasil, Leonardo Boff, también de Brasil, el único que está conmigo. De este lado están Monseñor Romero de El Salvador, Méndez Arceo de México, Arturo Paoli de Italia, igual que el cardenal Angelini…».

El cuadro no termina ahí: entre los comensales, hay una figura que no tiene rostro. «Es Judas», responde el artista, que cada uno le ponga el rostro que quiera, sugiere. ¿Y Pérez Esquivel se autorretrató? No.

Entre los cuadros figuran la dictadura con Nunca más (unas botas militares pisan cabezas; recordemos que Pérez Esquivel denunció la violación sistemática de los derechos humanos en el país, estuvo detenido en un centro clandestino, subió a un vuelo de la muerte, fue a una cárcel común y finalmente obtuvo la prisión domiciliaria), la referencia a Malvinas, la crisis migratoria en Europa o muros que hablan con consignas sociales durante la crisis de 2001 (o cualquier otra crisis económica argentina): «Que la deuda la pague tu abuela» o «Dale, flaco, queremos pan».

En cuanto al estilo de este artista-militante, señalaba Laura Casanovas en su texto curatorial de la muestra del Museo Lucy Mattos que en los trabajos de Pérez Esquivel “resuenan ecos del arte moderno rioplatense, de la obra de Antonio Berni y su Juanito Laguna, del muralismo mexicano y del local del grupo Espartaco, entre otros. Una obra que se expandió, además, en el espacio público con esculturas y pinturas murales emplazadas en instituciones y lugares de rescate de la memoria y de la historia de América Latina y de Europa”.

Entre los murales conocidos del artista-militante figuran el Via Crucis Latinoamericano y Paño Cuaresmal de 1992, el Monumento a los Refugiados, en la sede central de Acnur en Suiza; el Mural de los Pueblos Latinoamericanos en la Catedral de Riobamba, Ecuador; o su escultura en homenaje al Mahatma Gandhi en Barcelona.

Como cierre, Pérez Esquivel no escatima en compartir una anécdota con Evita que lo toca en persona: “Mi padre era ciego y no le daban la jubilación. Le mandamos a Evita una carta contándole el caso y un día apareció una mujer, que para mí era una diosa, a charlar con mi papá. No era Evita, era una asistente, pero le hizo llegar la situación y a los pocos días, tuvo la jubilación. Lo de Evita no tenía nada que ver con lo político, era su forma de ser”.

La revolución de la no-violencia, de Adolfo Pérez Esquivel.

Dónde: Museo Evita, Lafinur 2988.

Cuándo: martes a domingos, de 11 a 19. Hasta el 29 de octubre.

Entrada: gratis.

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